Si el bautismo es como nacer, la confirmación es como crecer. Este sacramento confirma la gracia bautismal y se entiende en continuidad con el bautismo al que, por decirlo de algún modo, complementa o potencia. No es una parte del bautismo, pero ambos están intrínsecamente unidos.
El pecado es como un naufragio, así lo veían los primeros cristianos. Por el bautismo se habían salvado del diluvio del mundo, pero no eran capaces –ni nosotros lo somos- de mantenerse flotando sobre los escollos del pecado. Al pecar es como su hubiéramos chocado y la maravillosa nave de la gracia hubiera saltado en mil pedazos. El naufragio es una posibilidad real: aferrarse a la tabla confiando en llegar a puerto seguro. “La segunda tabla”, así llamaban los primeros cristianos al sacramento de la confesión.
Que la gente vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios(1 Cor 4, 1). Así ve San Pablo su misión y la de los que como él han recibido el orden sacerdotal. Los sacerdotes, hombres que han recibido la ordenación, son garantía de la permanencia de la redención a lo largo de todas las generaciones. La obra de Cristo es actualizada eficazmente por ellos.
El matrimonio es el único sacramento instituido por Dios antes del pecado de origen, “Varón y mujer los creó. Dios los bendijo y les dijo: sed fecundos y multiplicaros”. La unión del hombre y la mujer es reflejo y sacramento en la tierra del amor de dios por su criatura, por toda la humanidad.